Mi hijo no quiere comer, mi hijo no come nada.
Confiesa, has llegado hasta aquí googleando esas palabras o parecidas.
Con 42 años que tengo cumplidos, me he decidido a escribir esta entrada para:
Tratar de ayudar (o llorar juntas) a otras madres como yo, desesperadas porque sus hijos no quieren comer nada
Sanar heridas de hija muy mala comedora que hizo sufrir mucho a su pobre madre porque su hija pequeña (o sea yo) no comía nada.
Antes de ser madre, cuando recordaba “malos tragos” de mi infancia, había dos momentos de la rutina diaria con mi madre que recuerdo con especial amargura.
Uno era cuando ella me peinaba todas las mañanas (otro día hablamos de este tema), y el otro la hora de comer.
La recuerdo como un verdadero suplicio.
Y todos los días igual.
- ¿Mamá qué hay de comer?
- Unas lentejas muy ricas
- Lentejas que asco
- Pues te las vas a comer
- Es que no tengo hambre
- Por lo menos pruébalas
- No
- Si no las has probado ¿cómo sabes que no te gustan?
- Porque son marrones y huelen fatal
- Come
- Me duele la tripita
Y ya venían las mil argucias y negociaciones varias de mi pobre madre para que comiese. Y mis mil excusas para no comer
“Hay niños que se mueren de hambre, vas a tener lentejas para cenar, desayunar hasta que te las comas, te castigaré sin ver Espinete…”
El resultado final era siempre el mismo, mi madre atacada de los nervios porque tenía un espagueti de hija, que no probaba nada (yo creo que le repateaba más que no probase las cosas, que comiese poco)
Y yo llorando, porque no sentía hambre, y cuanto más atosigada me sentía, menos hambre tenía…
Y con dos, tres, cuatro…diez, ¡quince años!, no sabes expresar tus sentimientos, como eres capaz de expresarte cuando eres adulto.
Ahora mismo le diría en tono taimado y tranquilo: “mira mamá no me ayuda como te pones, para tener hambre, necesito espacio, apoyo, tranquilidad, y que me ayudes de otra manera a comer… porque no es que no esté comiendo para que te enfades, o porque quiera… es que no me sale!”
Recuerdo que ella me decía, “serás madre y ojala te salgan igual mal comedores que tú, para que veas como se siente uno”
Pues bien, deciros que de repente y porque sí…. Con 18 años, empecé a comer de todo
O casi todo, que el otro día mis mejores amigas desde los 3 años casi me matan cuando les dije que había probado la piña, y que me encantaba… Yo que veté la piña por años en cumpleaños, bodas, viajes… Tenía una liga antipiña… y ahora me pongo tibia)


Y bien, llegó mi primera hija, y mamá lo siento mucho, pero comió bien desde que nació. No se cumplió tu deseo. Prueba todo, come de todo, y alguna cosa no le gusta (odia el queso), pero me parece perfectamente válido que no les guste algo.
Y llegó mi segundo hijo, y la época leche materna, papillas, frutas… fue buen comedor también. Pero llegaron los dos años y medio… Y hecatombe mundial. Decidió que solo toma leche (y galletas cuando le dejo), y poco más.
No prueba nada, todo le va mal… y un día a la hora de comer, me saltó una alarma, porque me ví reflejada en él… Y de repente, yo era mi madre 35 años antes…
Y era él, quien decía cosas como “me duele la tripita” y yo era la que decía “como sabes que no te gusta si no lo has probado”
Y comprendí a mi pobre madre. Y entendí lo mal que se pasa, la impotencia que crea, lo frustrado que se siente.
Pero me propuse por lo menos no generarle a mi hijo el estrés que yo tenía de niña a la hora de comer. No obligar. No presionar.
El pediatra y su súper enfermera Nuria, me decían que tranquila, que el niño está sano, y que mientras siga así no me preocupe.
Pero como buena madre que soy me propuse que mi Gustavo probase de todo.
Ya hablamos en otro post del blog, sobre la importancia del teatro y del juego simbólico no solo como parte de su desarrollo y diversión, sino también como mecanismo de comunicación con nuestros hijos.
A partir de los dos años, queremos comunicarnos con ellos, porque saben hablar, pero comunicar emociones no es fácil con esa edad. Saber hablar no es saber transmitir lo que nos pasa.
Pues bien, decidí presentar la hora de comer como un juego. Jugar es el lenguaje natural de un niño. Y el no quiero comer ya lo tenía.
Mi meta, más que comiese cantidad es que quisiese probar alimentos nuevos, porque insisto que me parece perfectamente válido, que probemos algo y no nos guste. Eso aplica a los adultos, y también a los niños.




Empecé por cambiar el lenguaje y el sitio donde comíamos.
Ya no decía, “¡A comer!” decía a jugar.
También nos “disfrazamos”, para ello, nos ponemos en el papel, de chef. Delantal, gorro, manoplas del horno… Todo vale.
Nuestro juego consiste en que mi hijo es un juez de Masterchef, y tiene que ser valiente, para probar cosas nuevas. Y dar su opinión. Y tenemos un trato: si la evaluación final de uno de mis platos, en total es negativa no lo vuelvo a hacer igual.
Antes de comer por los ojos, y que mirando solamente que decida que no le gusta, presento la comida tapada. El llevarla a la mesa tapada, da emoción al asunto, él espera todo contento y haciéndose el valiente.
Después cuando la pongo frente a él, solo está permitido oler, y tocar… pero con los ojos cerrados. Y entonces tiene que describir a que huele, que tacto tiene y si le gusta o no le gusta ese olor y tacto.




Y después también sin mirar, tiene que probar. Y también emitir su juicio.
Y por último mirar.
Y vamos anotando lo que le parece con cada uno de los sentidos, y al final dice su elección final. Usamos gomets verdes y rojos.
No os voy a decir que ahora coma como una lima, pero empezamos con esto con 3 años, y sí puedo decir que prueba de casi todo lo que le sirvo.
Empezamos con cosas sin cocinar ni procesar demasiado. Frutas, embutidos, ¡arroz blanco!, huevo duro….
Y poco a poco ya vamos con guisos legumbres.
Las frutas es verdad que no le gustan muchas de ellas, pero bueno muchas sí le gustan.
Nos hicimos con este KIT, que nos viene que ni al pelo, para nuestros Shows de Masterchef. Y la verdad es que está encantado. Tiene la campana, el antifaz para que no haga trampas y de verdad no vea… Y pegatinas y un pasaporte de alimentos, para sus juicios.
Lo hemos convertido en rutina. Ahora cuando ven la campana azul que tapa la comida, y se la sirvo así, es que toca probar algo nuevo (cuando cocino algo que ya han probado, no “jugamos a masterchefs”… No me da la vida para montar el show a diario)
Supongo que no todo funciona para todos los niños. Que cada uno es un mundo.
Pero comunicarnos jugando con ellos, podemos conocerles mejor y ayudarles
Luego vino su hermana pequeña, y como cuando ella llegó esto estaba instaurado en casa, y sus dos hermanos mayores “juegan” a probar, a ella le ha salido innato. Por observación.
Y por último decirte que si tu pediatra te dice que todo anda bien… ¡No te preocupes tanto! Y sobre todo si te preocupas, trata de que tu hijo no se desespere contigo.
Y si nada funciona, pide ayuda a tu pediatra. Lo importante es que estén sanos. Y muchas veces nuestra desesperación porque coman, nos juega malas pasadas.
Mucha suerte a todas vosotras mamás de malos comedores, seguro que cuando sean mayores hagamos lo que hagamos… acaban comiendo incluso piña!